El reloj marcaba que apoyo estaba por terminar, pero desde hacía ya unos cuantos miércoles eso significaba que era hora de armar la ronda final, donde charlamos, jugamos y reflexionamos. La consigna del día era simple, formar grupos, formar palabras, formarnos a nosotros.
Apenas se hizo la propuesta había más de una predispuesta y más de uno se ponía a decir y hacer. Y no eran sólo dos. Se sumaba, pero en círculo y al compás de las voces y los cuerpos, porque las hojas cuadriculadas y los útiles de matemática estaban ya descansando. Y empezaron a volar animales, y no sólo alados, nombres, y muchas cosas más. Volábamos y volaban palabras con las que decidíamos describir nuestras realidades, y después las plasmábamos en afiches para que quien quisiera ver pudiera, y quien no también.
Entonces podíamos hacer observaciones y opinar, pero no desde las alturas… O sí, pero todos desde la misma altura, aunque con diferentes ángulos. Así, en el cierre de la actividad, Mari, una pequeña que hacia sólo unos minutos planteaba sus dudas acerca de las recreaciones grupales, sentenció una muestra de sabiduría y transformación: “Jugando juntos, algo puede cambiar”. Y, sin duda, no solamente sus dudas son las que pueden cambiar…