Antes de convertirse en juez y referente mundial de los Derechos Humanos, Baltasar Garzón sacó callos en las manos desde abajo del atril, laburando como mozo y como albañil, con la misma impronta humanista que un día lo empujó a investigar el genocidio franquista. A causa de su lucha histórica contra el narcotráfico y contra todo terrorismo estatal, fue suspendido en España de la Audiencia Nacional, pero siguió pegando gritos por todos lados, con los ojos abiertos y los pies embarrados. Ajeno a la politiquería berreta, hoy nos visitó en Zavaleta para acompañar a los amigos de Kevin y a una familia destrozada, que sigue esperando respuestas sobre la zona liberada: «Acá dignifica la vida, esta comunidad organizada». Sin dejarse influenciar por ninguna noticia importada, recorrió nuestras tiras con su mirada y arrojó sus propias conclusiones: «Resulta evidente la ausencia de las instituciones». Interpelando a esa Justicia ciega de martillo y cachiporra, visitó también a los Vecinos Sin Gorra, para reafirmar la necesidad de un Control Popular a las Fuerzas de Seguridad. «Me parece una novedad, realmente excelente, porque representa un canal mucho más directo entre el Estado y la gente», afirmó sin titubear, «porque encima avanzan en asamblea, y entonces nadie los puede cooptar». Ni siquiera tuvimos que ir a buscarlo, para tener el placer de escucharlo: «Hay que replicar esto en otras villas y lograr organizarlo». ¿Por qué salió a bancar nuestra iniciativa? «Porque se diseñó desde abajo y no desde arriba», tal como se diseño La Garganta para romper el cerco del periodismo desinformante: «Ahora hay que respaldar este paso tan importante». Pues si queremos combatir en serio a la violencia institucional, no podemos aceptar al silencio como un fenómeno natural, ni en la villa, ni en España, ni en ningún otro lugar: tarde o temprano, nos van a tener que escuchar.

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