A Cecilio Pineda Brito jamás lo censuraron, lo ejecutaron, el 2 de marzo, en Guerrero, mientras descansaba sobre una hamaca. Atrás vino el silencio, lo miró y le vomitó la boca. A Ricardo Monlui nunca lo pudieron contraatacar con palabras, lo recontracagaron a tiros, el 19 de marzo, en Veracruz, cuando salía de un restaurant. La televisión mandó una Corona, fría, pero no pudo estar en su funeral. A Miroslava Breach no le metieron ninguna idea espuria en la cabeza, le metieron 8 balazos, el 23 de marzo, en Chiguagua, frente a su hijo. Aún esperamos los resultados de la autopsia, al Poder Judicial.
«A Miroslava la mataron por lengualarga: que nos maten a todos, si ésa es la condena por reportar este infierno. No al silencio», gritó la prosa poderosa de otro periodista valiente, Javier Valdez.
A Maximiliano Rodríguez no lo envejecieron 73 años de lucha, lo jubilaron 15 plomazos en el medio del pecho, el 14 de abril, en Baja California, adelante de su esposa. Ahí nomás llegó la Policía y le pateó el periodismo. A Filiberto Álvarez nadie lo desvió de su verdad, lo descarriló un disparo, el 2 de mayo, en Morelos, manejando hacia su casa. Todos sospechan de la humedad. A Javier Valdez, sí, el mismo Javier Valdez del párrafo anterior, no lo mató la indiferencia, lo mataron tal como pedía, el 15 de mayo, en Sinaloa, hincado sobre el piso. Todavía no apareció el video, pero el tribunal del miedo ya le atribuye su asesinato al cartel de la impunidad.
A México no le faltan periodistas valientes,
a México le faltan periodistas vivos.
Y por eso estas líneas, nacen acá, en la garganta, acá, en el estómago, acá, en Guadalajara. Convocados para amedrentar a los temores en el Congreso Latinoamericano de Jóvenes Emprendedores, hoy unimos a los dos extremos de La Poderosa Grande, desde Zavaleta hasta Colonia Guadalupe, para poner en el suelo el grito de toda nuestra Patria Baja, ésa que padece las cloacas del trumpismo, las botas de Temer, los derrames del macrismo. Y el narcoestado del respeto al genocida Enrique Peña Nieto.
Pero no sean exagerados, che, qué culpa tiene un gobierno, si los entierran en 855 fosas comunes, eh. ¿O lo van a culpar también por los inmigrantes que se venden para riñas en la frontera, por 500 pesos? Nadie puede saber qué precio tiene la vida, nadie, salvo los que consultan a un sicario que cobra 6 mil pesos por cada una. Pero bueh, ¡todavía quedan 75 millones de mexicanos pobres! Y la muerte no tiene precio, ésa sí que no, salvo para los pezoleros, claro, que disuelven en ácidos los cuerpos. Ahora, ¿tanto lío, por otros 30 mil desaparecidos? Sí, 30 mil, pero calma, «a todos nos afecta esta desgracia». Y además, ¡estamos cuidando a la democracia!
A Javier lo mataron por lengualarga.
Que nos maten a todos,
si ésa es la condena por reportar este infierno.
No al silencio.