A una semana de ser víctimas de las zonas liberadas por el Estado y los medios, la Asamblea Poderosa de El Martillo continúa luchando.
Este sábado volvimos a compartir el plato de comida en el comedor Poderositos, con el dolor transformado en fuerza. Y, secándonos los mocos, preparamos el morfi para no bajar los brazos.
Fuimos juzgados y crucificados desde lejos, porque nadie se acercó mas que la policía. Seguimos con un auto incendiado en medio de la calle Vidal y la manchas de sangre de nuestros pibes en el asfalto, que demuestran la desidia del Estado. El domingo 7 de mayo, esa desidia se llevó la vida de Francisco, un vecino que ayudaba en el comedor y el merendero, que tocaba el redoblante en la murga del barrio, que estudiaba y que tenía novia. Una zona liberada, para seguir alimentando los negocios entre los narcos y la policia, convirtieron al Martillo en un infierno de balas, fuego y muerte. Nunca respondieron a los sesenta llamados al 911.
Nos tuvimos que fumar a Viviana Araujo, funcionaria de Desarrollo Social, en el velatorio de Fran. Esa misma persona que nos trata de negros y nos cierra las puertas del CIC (Centro Integrador Comunitario), del merendero o nos deja la biblioteca en la intemperie.
No es nuevo para nosotros este sistema perverso que nos deja afuera y que, como consecuencia, siempre se lleva la sangre de los más desprotegidos.
Pero seguimos y seguiremos gritando: «¡Ni un pibe menos!» en las calles, en los barrios, en la radios. Seguimos adelante apoyándonos unos a otros.
Por negros nos estigmatizan, nos dejan sin trabajo, nos dejan los restos de una noche de terror, juegan con nuestras necesidades, nos matan. Sino contásela a Valentina, una rapera luchadora, que vive en total vulnerabilidad y esa noche se salvó de milagro. Tiene el rastro de una de las balas que «se perdieron» esa noche en la sien, pero sigue firme, de pie y militándola en el barrio, convencida de que podemos cambiar nuestra realidad.