* Por Horacio Damián Rivero,
hijo de Enrique Rivero, vecino de Zavaleta, fallecido por la prepotencia y el racismo de la Doctrina Bullrich.
hijo de Enrique Rivero, vecino de Zavaleta, fallecido por la prepotencia y el racismo de la Doctrina Bullrich.
Todavía sigo en shock, sin poder recuperarme. No puedo entender qué pasó ni por qué pasó. O sí, en realidad, pero me llevó varios días hacerlo público. Mi papá tenía 58 años y debería estar ahora tomando mate con nosotros, riendo con sus hijos y sus nietos. Sin embargo, en vez de ayudarme, la Prefectura me detuvo y lo dejó morir.
El lunes, alrededor de las nueve y media de la noche, mi papá llegó del trabajo y ya se sentía mal. Se hizo la nebulización, como de costumbre, pero no funcionó: sufría de asma y la humedad de nuestra casa cada día empeoraba su salud. Desesperados, salimos a buscar un remis para ir a un hospital. ¡Sí, un remis, porque las ambulancias no entran a la villa, o tardan un montón! No habíamos ni llegado a la esquina cuando me pidió que empezara a correr, porque sentía que se moría. Como llovía, me puse la capucha y corrí lo más rápido que pude hasta que a metros de la remisería, en Santo Domingo e Iguazú, una patada en el pecho me frenó.
“¿Qué pasa con vos, qué estás haciendo?”, me gritó uno de los prefectos. Les expliqué que mi viejo se moría pero no me creyeron. Me tiraron contra un coche y me tuvieron esposado durante los 20 minutos más importantes de mi vida. “Te vamos a tener hasta que llegue”, se burlaron. Mientras tanto, él usaba sus últimos alientos para caminar sosteniéndose de las paredes hasta llegar donde me tenían. El susto por verme rodeado, la impotencia por no poder hacer nada y su ataque de asma agudizado, le produjeron un paro cardíaco.
Recién ahí, me dejaron ir.
Corrí como nunca antes en mi vida, pero al regresar con el remis mi papá ya estaba tirado en la vereda. Le tomaron el pulso. Un oficial dijo que respiraba. “Llamamos a una ambulancia pero va a tardar”, me dijo otro efectivo. Con la ayuda del remisero lo cargamos en su auto y fuimos volando al Hospital Penna. “Media hora antes de entrar tu papá ya estaba muerto”, me explicaron minutos después en la guardia. Me puse a gritar. No lo podía creer. “Muerte dudosa”, la caratularon por haber ingresado sin vida. Como si fuera poco, no nos entregaron su cuerpo hasta el miércoles por la noche.
Nada ni nadie me va a devolver a mi papá, pero mi impotencia tiene que servir para que algo cambie. Este accionar de las Fuerzas no puede seguir siendo un modismo. ¡Es urgente, es ahora, ninguna otra persona debe pasar por lo mismo!