* Letras por Nelson Santacruz, comunicador de la poderosa asamblea de la Villa 21-24.
A la altura de la Ruta 17 en Neuquén, Stefan Borghardt, fotoperiodista, trabajaba en un proyecto personal. Sin saberlo ingresó en el lote 56 del Parque Industrial de Añelo, que corresponde a la empresa Treater Neuquén SA. Estudiante de Alemania, su país de origen, tuvo la osadía de querer registrar el líquido oscuro y tóxico que, cada vez más, ve emanar de la tierra de la provincia de Neuquén: las tristemente conocidas por los pueblos aledaños consecuencias que deja el fracking en nuestra Patagonia que ya poco tiene de rebelde.
“Saqué fotos de pozos residuales funcionando, otros en construcción y algunos que, al estar agotados, fueron tapados”, contó. Pero esas pruebas amenazantes, esos registros de verdad, le fueron arrancados con las dos cámaras que le robaron 4 miembros de la policía local, el pasado 7 de enero, como bien saben hacerlo: a fuerza de golpes y palazos.
¿Saben a qué le tienen miedo? La principal formación de shale, un sedimento que contiene gas y petróleo, de nuestro país está en Vaca Muerta, y representa 30.000 kilómetros cuadrados de la Cuenca Neuquina. Solamente YPF tiene 12.000 kilómetros cuadrados de toda Vaca Muerta. ¿Será casualidad tanto resguardo y hermetismo? ¡No! Conocemos bien esta dinámica. Una de las fuentes contaminantes más grandes del país, que ocupa un tercio de la provincia de Neuquén y durante años, sólo significó un aumento de la marginalidad para los pueblos que la rodean que, no casualmente, son mayoritariamente originarios. A mediados de 2018, 60 organizaciones sociales de la Confederación Mapuche de Neuquén, reclamaron contra una base militar estadounidense que el gobierno quería instalar en sus comunidades. Y la ironía más gigante duerme en que a metros de grandes reservas de gas, el acceso cuesta ¡más de dos mil quinientos pesos!
“Me comuniqué con la embajada para que me ayuden pero me dijeron que no podía expresarme públicamente ‘por el tema del fracking’”, se indignó Stefan detrás del teléfono. “Me llevaron a la comisaría y allí me empezaron a golpear. Creo que eran 5 o 7 policías, uno de ellos me amenazó con una especie de destornillador eléctrico. Yo estaba solo, tenía mucho miedo, no sabía qué iba a pasar” el periodista cuenta que además, le negaron el agua, y que un policía lo maltrataba con una escoba mientras le aseguraba odiar a todos los alemanes. – “Además de recuperar mis pertenencias, decidí hablar porque yo sé cómo las Fuerzas de Seguridad maltratan a periodistas en este país, yo soy un privilegiado, porque contaron mi historia. Alcé la voz para defender la libertad de prensa y visibilizar lo que pasa acá. En Alemania, acá o donde sea, es un derecho constitucional la libertad de prensa y fundamentalmente las Fuerzas de Seguridad no pueden violarla de ninguna forma”.
La colonización empresarial y el genocidio a los pueblos originarios continúan.
Mientras que la criminalización de la protesta y la persecución silenciosa sigue siendo regla en suelos donde no hay ningún desierto:
hay un pueblo sufriendo, pero despierto.