* Por Claudia Véliz, mamá de Diego Pachao, torturado y asesinado por la policía de Catamarca.
Diego era el sexto de mis 9 hijos. Un chico humilde, cariñoso, solidario, que siempre estaba alegre con una sonrisa que lo destacaba. Trabajaba de albañil en la construcción y cronometrando las carreras de rally, le encantaba jugar al fútbol, andaba siempre con su remera de Boca, a veces se pasaba el fin de semana jugando a la computadora, cuidaba mucho a sus hermanas y amaba a su sobrinitos. La noche del 10, al salir de casa, me dijo “ya vuelvo má”, eso fue lo último que lo escuché decir.
La mañana del 11 de marzo del 2012 quiso proteger a un amigo que tirado en el suelo estaba siendo golpeado a patadas por policías mientras hacían tiros al aire. Levantando las manos Diego les pidió que dejen de pegarle, porque le avisaría a su familia, pero terminó arrestado por averiguación de medios de vida en la Comisaría 7ma de Barrio Parque América donde lo torturaron. Los testigos dicen que se escuchaban sus gritos mientras lo golpeaban. Tras la primera golpiza quedó con un fuerte dolor de cabeza, pidió ayuda pero los policías dijeron que se hacía el artista, y en vez de asistirlo lo tiraron en el piso del patio, le echaron agua para que se componga, y lo abandonaron bajo el sol mientras convulsionaba.
Esa noche lo busqué para que lo liberen, me atendió el oficial Gustavo Bulacio, que junto al agente Darío Barrera fueron quienes lo arrestaron. Me dijo que me quedara tranquila que toda la tarde había hablado con los changos, que en ese momento estaba profundamente dormido, y que no podían liberarlo porque se iban a un procedimiento. Le pedí que antes de irse se asegure que esté bien y me fui a mi casa a buscarle comida. En el camino me cruzé con su amigo que había sido detenido junto a él. Al llegar le pregunté a la agente Guadalupe Acevedo si a mi hijo también le daban la libertad pero me respondió que ella no tenía nada que ver, que pregunte en la Policía Judicial, mientras le chiflaba a Diego como si fuese un perro para entregarle la comida que finalmente me devolvió, diciendo que seguía dormido. Después de tanta mentira e indiferencia Bulacio me dijo que lo llevarían al hospital. Me lo entregaro en una camilla ensangrentado, convulsionando, sin remera, con el pantalón totalmente mojado y más de 40 grados de fiebre.
Al realizarle la tomografía le diagnosticaron muerte cerebral irreversible. Agonizó hasta la mañana del 14, cuando falleció por un hematoma subdural y un hematoma de tronco encefálico. Todos esos días de agonía los médicos de terapia intensiva insistían en la donación de órganos, sabiendo que su cuerpo no podía tocarse porque venía de una comisaría.
Desde entonces la vida de mi familia cambió para siempre, ¡nos destrozaron!
Los medios de comunicación difamaron su imagen, dijeron que los golpes fueron producto de una pelea callejera, la policía comenzó a investigarnos, pasaban frente a mi casa riéndose, a mis hijas le sacaban fotos en la vía pública, al papá de mi hijo que era quien encabezaba la lucha le armaron una causa y luego falleció en un accidente de tránsito dudoso mientras era perseguido por policías.
Los 11 agentes imputados continúan en servicios, y 8 fueron sobreseídos a fines del año pasado. Aprendimos desde el dolor que la Justicia es corrupta, sobre todo cuando se trata de gente humilde como nosotros.
Ahora la causa está en la Cámara de Apelación, quieren que la carátula del juicio sea por “vejaciones e incumplimiento del funcionario público”, pero siempre sostuvimos que sea por “tortura seguida de muerte” aunque nunca dieron lugar al pedido.
La gente en Catamarca tiene miedo de hablar pero es necesario hacerlo para que no vuelva a pasar. También es importante que nos acompañen, porque esto le puede suceder a cualquiera y la indiferencia de la sociedad produce más dolor.
Necesito que sea el juicio pronto y que se haga justicia. Por mi hijo y por todos los jóvenes que son víctimas de la violencia policial.