* Por Juan Sepúlveda,
papá de José Sepúlveda, torturado por la Policía neuquina.
José tiene 22 años y hace exactamente una semana estaba viajando con dos amigos en un auto, cuando fueron interceptados por la Policía para un supuesto control. A eso de las 21:30 los requisaron apuntándolos con una Itaka. Y como uno de los chicos tardó en abrir las piernas para que lo revisaran, lo golpearon y ahí empezó lo peor: los esposaron y los tiraron al suelo donde los molieron a patadas. Sin ninguna explicación los trasladaron a la Comisaría 41. Allí, lo primero que hicieron fue dar vueltas las cámaras de seguridad para que no quedaran evidencias y continuar el sometimiento.
Mi hijo fue el más afectado, tanto que debieron recurrir a una médica policial, que por la gravedad exigió lo derivaran al hospital inmediatamente. Sin embargo, intentaron incumplir la orden: lo subieron al patrullero a las patadas y lo llevaron a dar “un paseo”, donde multiplicaron las torturas. Cuando volvían a la comisaría, desde el hospital llamaron para asegurarse que lo estaban trasladando. El domingo tuvieron que operarlo porque le fracturaron tres costillas y le perforaron un pulmón. A mi hijo lo destrozaron, en todo sentido. Y todavía hoy sigue internado.
Hay diez efectivos involucrados en el caso pero sólo tres fueron separados del cargo. Pasó una semana y no hay una sola explicación válida de parte de la Policía ni una carátula judicial para el proceso que iniciamos. En Neuquén, los abusos de las Fuerzas de Seguridad son muy comunes y esa comisaría en particular tiene un largo historial de maltratos. De hecho, a uno de los jóvenes que iba con mi hijo le marcaron la espalda con un cuchillo: justamente, le escribieron el número 41; al otro, también le marcaron el brazo, “para que no se olviden”.
Pero yo tampoco me voy a olvidar…
Y luego de que mi hijo se animara a denunciarlo públicamente a través mío, exijo justicia para que no siga siendo costumbre la tortura. Nunca más.