* Por Sonia Sosa,
43 años, trabajadora catamarqueña despedida de Alpargatas.
La navidad de 2018 fue muy triste, ese año me separé, perdí a mi madre y me quedé sin trabajo. Tras ser despedida mi vida se tornó bastante problemática, no se si al día siguiente tendré plata para darle de comer a mi familia, mi hija comenzó a sufrir ataques de pánico, sumado a que uno de mis hijos tiene diabetes tipo 2, y que junto a otro de mis hijos somos celíacos.
Hasta el 2016 en la fábrica éramos más de 800 operarios que producíamos tres mil calzados para las marcas Topper, Converse, Nike y Adidas, entre otras, y productos textiles de limpieza como rejillas y trapos de piso, pero desde principios de ese año comenzó la reducción del personal en forma de retiros voluntarios propuestos por los directivos y sucesivos despidos. El lunes 24 de septiembre del año pasado a las 6 de la mañana llegamos a la planta como cada día para comenzar con nuestras tareas, pero nos prohibieron el ingreso notificándonos que desde la fecha quedabamos sin empleo más de 150 personas.
La política nacional que le abrió el paso a las empresas del exterior nos hizo pelota, es imposible competir porque lo nuestro pasó a ser doblemente caro. Esta situación no solo afectó a Alpargatas y a quienes trabajábamos ahí, sino a muchas otras empresas y trabajadores en distintas provincias. El Municipio capitalino quiso repartirnos 70 subsidios de $1500 pero le dijimos que éramos más y que queríamos trabajar, y el Gobierno de la Provincia hace unos días, después de movilizarnos, nos ofreció 30 becas de capacitación por cinco mil pesos que pedimos no sean temporales sino permanentes hasta conseguir trabajo digno.
Mientras tanto yo sobrevivo con el fondo de desempleo y para peor uno de mis hijos que estaba trabajando en la Algodonera del Valle también fue despedido. La situación está tensa y es mucho más difícil con niños que van a la escuela. Para cualquier trabajo te piden tener máximo 35 años, ¿cómo hacemos? Hay mujeres que trabajaron toda su vida pero no pudieron completar los pocos años de servicio que les faltan para jubilarse y ahora no saben qué hacer. Es demasiado triste y muy fácil caer en un abismo, como le pasó al compañero despedido que cargaba con una enorme angustia por la situación económica y falleció mientras dormía porque le subió la presión, o a tantas compañeras mayores de 50 años que están angustiadas y depresivas. ¡Desde el 2002 no se vive algo así!
Es difícil encontrar de donde sostenerse, en mi caso mis hijos y mi nieta son la base que tengo para intentar superarme y seguir adelante. Pero si algo aprendimos en estos meses terribles fue a perder el miedo de luchar, ¡por eso seguiremos en las calles para conseguir trabajo!