17 enero, 2007
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Sueños en una pileta, con shampoo y mucha agua

orilla

“Esta noche nos vamos a juntar en la canchita que armamos allá atrás a esperar que se hagan las cinco de la mañana. Estamos todos re emocionados”. El viernes 15 de diciembre a los dos de la tarde, la inocente vocecita de Mayra nos hacía dar cuenta de que el viaje a San Clemente que emprenderíamos en la mañana siguiente, había comenzado hacía bastante.

Y realmente así era. Había empezado mucho antes, como una “locura” tirada al final de una reunión. Y se fue haciendo de a poco, gracias al aporte de todos los que se sumaron a la causa; a los que prestaron sus carpas y sus bolsas de dormir; a los que hicieron un esfuerzo extra y pusieron un poco más de dinero; al que consiguió el transporte a un precio incomparablemente inferior al que nos pedían por todos lados y encima con un chofer con toda la onda, que fue y vino a cambio de 0 pesos, sólo porque quedó encantado con los chicos al verlos; a la que gestionó las veintipico de entradas gratis a Mundo Marino que en un momento pensábamos inalcanzables; al que puso el crédito de una tarjeta que se había ganado en un sorteo para comprar buena parte de la comida; a los que armaron los 100 sandwiches; al que regaló las hamburguesas; a los que mandaron jabón, shampoo, protector solar y golosinas; a la que obsequió las remeras que hicieron las veces de trofeos; al que puso su auto cuando no alcanzaban los lugares, al que hizo de chofer cuando había coche pero no quien lo maneje; a los que aportaron los cientos de etcéteras que deberíamos describir aquí (si no lo hacemos es sólo para no hacer eterna la lectura).

El sábado bien temprano allí estaban todos, más puntuales que nunca, con su mochilita al hombro y esa ilusión gigante reflejada en sonrisas. Todos a bordo, micro y coches a la ruta y a darle forma a ese sueño que tanto tiempo había dado vueltas en nuestras cabezas.

Y la verdad, fue un sueño maravillosamente hecho realidad. Todo salió perfecto, mejor de lo que lo imaginamos. La violenta tormenta de la primera noche fue apenas un inconveniente momentáneo, que se solucionó con las manos de todos. Las de cada chico, corriendo con su bolsa de dormir para ponerla bajo techo. Las de las madres que nos acompañaron, cocinando un guiso espectacular que sirvió para calentar esos cuerpitos mojados por la lluvia.

Después de la cena hubo arte. Algunos se lucieron a la hora de las imitaciones y el postre fue una obra de teatro donde varios, como Fabio, Zequi, Nico y Alan, demostraron que tienen mucho talento por explotar. Hubo dos partidazos de fútbol callejero en la playa (¿”fútbol playejero”?) y hubo una orca cantándole el feliz cumpleaños a Brian en la inolvidable tarde de Mundo Marino (que luego tuvo la correspondiente charla sobre los animales en cautiverio).

Pero este viaje-sueño tuvo un protagonista principal, destacado, ese gigante al que la mayoría no conocía cara a cara. Llegamos y allí estaba, inmenso e inquieto como siempre, el viejo mar, que provocó algunos comentarios. A saber:

  • Caminábamos hacia él y estábamos a media cuadra cuando Florencia, más conocida en el barrio como La Tota, tiró: “Mirá, ¿no parece que todo eso fuera agua?”.
  • El domingo Ayelén jugueteaba sin parar entre las olas. “Te gusta el mar, Aye?” “Sí, pero ayer no me metí mucho porque estaba muy salado”. Y al ratito preguntó, en referencia a la espuma de las olas: «¿Al Mar le ponen shampoo o jabón?»
  • Faltaba poco para el regreso y Tati preguntó: “¿Vamos a volver a ir a la pileta?”. “No es una pileta”, la corrigieron. “Bueno, es que todavía no me acostumbro”.

Del agua al fuego
Para el cierre quedó el increíble fogón final, con lágrimas que en este caso no apagaron sino que reavivaron todos los fuegos, que calentó almas y corazones y que nos marcó (a fuego) a todos, para siempre…

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