Ni nos detuvimos a llorar ni está ausente. No es que no hayamos sentido dolor, ni que no hayan corrido lágrimas desde que la exclusión disparó otra de sus balas y mató a Kevin, sino que muchos de sus vecinos no nos sentamos y nos pusimos a trabajar, con la nafta de esas lágrimas, para que Kevin no estuviera nunca ausente, para tener siempre presente que no podemos naturalizar ni el manejo ni la tenencia cotidiana de armas, porque matan. Y después de sólo un mes de haber consensuado en una poderosa asamblea terminar la plaza en cuatro semanas, ahí está la Plaza Kevin. Ahí está tu plaza, Kevin, latiendo en el corazón de tu barrio.
Para ser realistas, parecía imposible. Pero soñamos en colectivo, en unidad latinoamericana… Calculamos el presupuesto, decidimos que el financiamiento para los ladrillos, la arena, el cemento, los caños, los juegos, los árboles, el pasto, las pinturas y todo lo demás, no lo podíamos dejar rifado a la voluntad caritativa de nadie, y que la generación de los recursos tenía que ser producto del barrio. Por eso todo el barrio se puso a vender rifas. Lo otro que hacía falta para poner manos a la obra, no iba a faltar: cuando comenzó el trabajo, convencidos de que nadie sacaría un provecho personal del esfuerzo de todos, los pares de manos voluntarias comenzaron a multiplicarse, y entonces hubo que pedir prestados más picos y palas, más baldes y carretillas. De asamblea en asamblea, nos fuimos poniendo de acuerdo en la forma de la plaza, en la cantidad de canteros y de bancos. Y nos fuimos rectificando y tuvimos que desplantar un árbol o cavar una zanja una vez más, casi igual, pero a medio metro de la que ya estaba hecha. Y pintamos y el “Zavaleta se ilumina por América Latina” les demostró a las demás paredes que ellas también podían ser murales. Y entonces seguimos pintando y aparecieron Mafalda y El Principito, las caretas del carnaval de Oruro, los niños mártires de la Guerra Guazú, las sonrisas de Zavaleta, la educación popular como base para la libertad y la dignidad, y toda la fuerza de los vecinos, tan poderosa como la moto que va hasta la victoria en colectivo, la moto del Che, quien ya estaba en la plaza y en los murales.
Era evidente que ya nada podría pararnos a los cientos de grandes y chicos latinoamericanos trabajando juntos. Aunque fuera domingo, aunque fuera feriado, aunque fuera el Día de la Madre, aunque la lluvia amenazara, la plaza no dejaba de acercarse. Tan rápido iba construyéndose que Osmi, después de unos días de no pasar por la tira 6, al llegar, se mareó un poco: “Venía distraído. De repente miré y pensé ‘me confundí de barrio’”.
Con esa velocidad, mucho sol y transpiración llegaron, atrás del pasto y los bancos, los juegos. Se hicieron los profundos pozos para que tuvieran una base sólida, como todos los componentes de la plaza, y se instalaron con cemento. Había que dejarlos secar, sin tocarlos. Un nuevo imposible. Tres hamacas, un tambor, una calesita, un tobogán, tres subibajas y un pasamanos ahí, aparentemente listos para subirse y un montón incontenible de chicos que habían trabajado en este espacio de contención para usarlos, pero no. No se podía. Y después vino la arena. Y cada uno puso su granito para distribuirla a paladas por los dos canteros. Sólo faltaba esperar a que secara el cemento y preparar la inauguración.
Mientras en Apoyo Escolar y Popular hacían guirnaldas para la decoración y decidían exponer las maquetas que habían hecho cuando imaginaban la plaza y en Guitarra Popular preparaban una muestra de tres canciones, que a pedido del público serían cinco, la Cooperativa de Alimentos Poderosos aportaba panchos, entre todos íbamos juntando bebidas y galletitas, un vecino ofrecía un reflector, un vecino de éste preparaba un enorme parlante para tener música durante toda la jornada, un vecino de éste proponía hacer pizzas y un vecino de éste invitaba a un grupo que llenó de baile, cumbia y chamamé en castellano y en guaraní la tarde del festival de apertura.
Llegó el día tan esperado y ya estaba todo listo. Los juegos y la pintura secos, los globos y las guirnaldas bailando con el viento, las fotos retratando y recordando un lugar que, de tan distinto, parecía otro del que veíamos treinta días antes. Era otro. Cerca del mediodía armamos una enorme ronda para dar pie a la inauguración oficial. Ahí estábamos muchos de los que habíamos trabajado para alcanzar este imposible, algunos de todos los que vivimos y vivamos a Zavaleta aunque no vivamos en Zavaleta, aunque vivamos en Retiro, la Villa 21 o en otro lado, aunque hayamos nacido en Paraguay, en Bolivia o en otro lado, los que vendimos y los que compramos rifas. Ahí estaba la emoción de lo que habíamos logrado en base a poder popular. Ahí estaba la emoción de recordar a Kevin con alegría cada vez que nos asomamos a la placita. Esa emoción que se apoderó de la voz madre que dijo mucho al enmudecer y convertirse en lágrimas, que a su vez se convirtieron en un abrazo literal de los que estábamos ahí, abrazando al mismo tiempo la foto de Kevin que esa vecina abrazaba en su pecho. Esa emoción quitavoces que dejó afónico a otro vecino, el mismo que cuando la placita era sólo una proyecto había dicho “es el sueño de toda mi vida”, y tuvo que escribir, para que leyera un familiar suyo, que la plaza se hizo con la fuerza vecinal de La Poderosa, que acá no hubo punteros y que como la plaza la hicimos entre todos, así la tenemos que cuidar. Un largo aplauso cerró la asamblea y cuando se abrió la ronda, todo el que tuviera, aunque fuera un hilo de voz, no pudo dejar de saltar y cantar: “La plaza es de todos, oh, oh, oh, oh, oh”.
Fue hora de la inauguración oficial. Decenas de tijeras en pequeñas manos cortaron la cinta roja que rodeaba la plaza y, a la cuenta de tres, la liberaron y la llenaron, todavia más, de vida y de sueños, porque ya está el proyecto de asfaltar la rotonda que la circunda y de ponerle nombre a cada calle de Zavaleta. Por el pasamanos pasaban las manos y las colas por el tobogán, los subibajas subían y bajaban, las hamacas hamacaban, la calesita calesiteaba y el tambor se movía, sonaba. Y con la música empezó la clase de gimnasia, a cargo de una vecina, para bajar los panchos y las gaseosas que también nos llenaban el alma. A la hora del River-Boca nadie se acordó de los clásicos rivales, porque se trataba de unidad barrial y, cuando se calmaron los ánimos por la partida de Barney, seguimos bailando cuando llegó el grupo de cumbia y chamamé. Y cuando se fue, esperamos el anochecer brindando, con mate, tereré y té de coca, por hacer, en donde el gobierno de la ciudad no tiene previsto ni hacer plazas ni que lleguen las ambulancias, que viviera la Plaza Kevin. Por hacer que Kevin viva en la plaza. Porque este día será inolvidable. Además de en cada uno, estos recuerdos quedan en recuadros. Por eso, acá abajo está la historia de este día cuadro por cuadro.
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LA PLAZA ES DE TODOS OH OH OH OH OHHHHHHHHHHHHHHHHH !!!!!!!!!!!